Común & Silvestre

Escritos

 

Desde siempre & para siempre.

 
Helen Rose & Laura. Parque de Guadalupe. Por ahí del 1997.

Helen Rose & Laura. Parque de Guadalupe. Por ahí del 1997.

Rose era de aquí. Pero también era diferente a todos. Creo que eso fue lo primero que nos unió.
— Común & Silvestre
 

Hay cosas que son desde siempre y para siempre.

Helen Rose y yo nos conocimos en kínder. Yo venía llegando de México a un país nuevo donde todo se sentía muy diferente, mis compañeros llevaban conviviendo desde febrero y yo apenas tendría de octubre a diciembre para crear algún vínculo que me ayudara a abrir las puertas en este nuevo lugar.

No sólo las cosas se sentían diferentes. Yo era diferente, tenía un acento ajeno a todxs, costumbres, maneras de llamar las cosas. Sé que aquellas diferencias hoy pueden parecer insignificantes, pero para esa niña se sentían como barrancos profundos que me imposibilitaban de cruzar al otro lado, en donde estaban todos los demás, a la espera de ver cuál sería mi siguiente movimiento.

Rose era de aquí. Pero también era diferente a todos. Creo que eso fue lo primero que nos unió. Es difícil explicar la complicidad que nace de forma tan espontánea entre los niños, pero simplemente se dio y qué alivio fue para mí encontrarla.   

Pero lo que parecía casualidad sonaba más a destino. Nuestras familias tenían una historia muy similar, nuestros ancestros habían migrado en un mismo momento desde un mismo lugar, habían crecido en el mismo barrio, se conocían de forma cercana. Existía un cariño muy grande entre ellos, y al igual que Helen y yo, los unía la misma razón: ser diferentes, externos, ajenos.

Migrar ha marcado mi vida mucho más de lo que hubiera imaginado cualquiera. Hay una sensación de no pertenecer, al mismo tiempo que se es capaz de adaptarse a donde sea que se esté, tal cual el líquido toma la forma del recipiente.

Las familias multiculturales, aquellas que han migrado, cuyos orígenes no son tan “puros” ni sus historias tan lineales, que han explorado, diversificado, llevan en su ADN formas y costumbres de las que ni siquiera se es consciente sean tan atípicas, hasta que se ponen en paralelo con otros, especialmente en un país tan pequeño como Costa Rica y en una sociedad tan tradicional como la del Valle Central. 

Helen cambió de escuela en segundo grado y aunque seguíamos viviendo en el mismo barrio, pasaron varios años en los que no cruzamos palabra. Qué sé yo, siendo niñas uno va a donde lo lleven, no hay tantos atajos ni posibilidades en el camino.

Tiempo después entrando a esa extraña y confusa época de adolescencia, nos volvimos a encontrar, en el barrio, obvio. Desde entonces nos hemos acompañado en incontables situaciones, tan variadas como se pueda imaginar. Incondicionales.

No les puedo decir que hablamos todos los días, que somos inseparables, siempre hemos estado lejos de serlo. Tenemos vidas muy diferentes que además hoy tienen lugar a más kilómetros de distancia que nunca. Somos esa figura invisible y al mismo tiempo siempre presente en la vida de la otra. Capaces de percibir cuando la una requiere de la otra sin siquiera estar en contacto.

Ser diferentes fue lo que nos unió en un principio, pero me ha tomado toda mi vida entender en qué consistía ese diferente. A Helen y a mí nos enseñaron a procesar las emociones de forma muy similar. Hay algo que señalamos como cultural en el esquema de nuestras familias, algo que en algún lugar del mundo o para muchos, debe ser la norma. Pero no aquí, al menos no en el pequeño mundo que nos rodeó mientras crecimos.

Encontrar a esa amiga que podía verse perfectamente reflejada en mi sentir, que podía entender y compartir mi forma de percibir las cosas a pesar de, a simple vista, parecer seres de galaxias distintas, casi opuestas, es de los refugios más preciados que he encontrado en esta vida, y al que recurro con la frecuencia que sea necesaria, libre de juicios, de explicaciones, de la manera más orgánica y reconfortante.

Su sentido del humor me recuerda a mi papá, sus palabras atinadas a mi abuela, y la fascinación por viejos rituales, objetos e historias, me confirma que afortunadamente la etiqueta de alma vieja la comparto con alguien más.

El espectro en el que se desarrollan nuestras conversaciones va desde lo más banal hasta lo existencial, con unas cuantas tildes en lo que a una le cuesta decir y la otra no quisiera escuchar. Honestas con lo bueno y lo malo.

La foto es en el parque de Guadalupe, cuando nos tocó presentarnos en ese kiosco acorralado por miles de palomas, que a la fecha siguen inundando el perímetro de este espacio público. Yo no tengo claro cuál canción me tocó bailar a mí, el disfraz parece indicar que fue algo cercano a Aladino. Rose por otro lado, bailó La Isla Bonita de Madonna. Fue con ese ajuar floreado y su particular simpatía, como me abrió las puertas a este trópico querido en el que hoy he logrado echar raíces sin importar lo diferente

Feliz cumpleaños Helen Rose.

[Remedios del Trópico - Edición Dominical #5 - 13 de setiembre]

 
 
Laura Escobar